estrés e inflamación

Estrés e inflamación: un tándem peligroso

A veces no hace falta que algo grave ocurra para que el cuerpo empiece a resentirse. Basta con que el ritmo diario se vuelva demasiado exigente, que las preocupaciones se acumulen como papeles sobre la mesa, que el descanso se vuelva superficial y que la mente no encuentre un momento de silencio. Ese estrés cotidiano, el que muchos normalizamos sin darnos cuenta, tiene un impacto profundo en nuestra salud, y uno de los efectos más silenciosos (pero poderosos) es la inflamación.

La inflamación es una respuesta natural del cuerpo. Es su forma de protegernos ante una amenaza, como una infección o una herida. Pero cuando esa respuesta se activa constantemente, sin una causa física evidente, se convierte en inflamación crónica. Y aquí es donde el estrés entra en juego. El cuerpo no distingue entre una amenaza física y una emocional: si estás preocupado por el trabajo, si sientes ansiedad por el futuro, si vives en un estado de alerta constante, el cuerpo reacciona como si estuviera bajo ataque.

Uno de los sistemas más afectados por esta respuesta es el digestivo. El intestino, que está conectado directamente con el cerebro a través del eje intestino-cerebro, es extremadamente sensible al estrés. Cuando estamos tensos, se altera la producción de enzimas digestivas, se modifica la motilidad intestinal (es decir, cómo se mueven los alimentos por el tracto digestivo), y se desequilibra la microbiota, ese universo de bacterias que nos protege y regula funciones clave. Además, el estrés puede aumentar la permeabilidad intestinal, lo que permite que sustancias que normalmente no deberían pasar al torrente sanguíneo lo hagan, generando más inflamación.

¿Y cómo se traduce esto en el día a día? En síntomas que muchas veces pasamos por alto o atribuimos a “algo que comí”: hinchazón, gases, digestiones pesadas, diarrea, estreñimiento, intolerancias alimentarias que antes no teníamos. Incluso enfermedades inflamatorias como el colon irritable, la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa pueden empeorar en momentos de estrés intenso.

Pero la inflamación no se queda solo en el intestino. El cuerpo entero puede verse afectado. Dolores musculares persistentes, fatiga, niebla mental, alteraciones en la piel como acné o eccemas, e incluso cambios en el estado de ánimo pueden tener como raíz una inflamación mantenida en el tiempo. Y lo más curioso es que muchas veces no lo relacionamos con el estrés. Nos enfocamos en lo físico, en lo que comemos, en los medicamentos, sin mirar hacia dentro.

La buena noticia es que el cuerpo también sabe sanar. Y no necesita grandes gestos, sino pequeños cambios sostenidos. Aprender a gestionar el estrés no es solo una cuestión emocional, es una herramienta de salud. Respirar profundamente unos minutos al día, caminar sin prisa, dormir mejor, conectar con personas que nos hacen bien, practicar actividades que nos relajen (como el yoga, la meditación o simplemente leer un buen libro) puede marcar una diferencia real.

También es importante revisar cómo nos hablamos a nosotros mismos. El diálogo interno puede ser una fuente de estrés constante si está lleno de exigencias, juicios y comparaciones. Ser más amables con nosotros, permitirnos descansar sin culpa, reconocer lo que sentimos sin querer taparlo, es parte del proceso de sanación.

El cuerpo tiene una sabiduría profunda. Nos avisa cuando algo no va bien, aunque a veces lo haga con señales sutiles. Escucharlo, cuidarlo y darle lo que necesita no es un lujo, es una forma de vivir con más presencia, más salud y más paz. Porque al final, no se trata solo de evitar enfermedades, sino de construir una vida que se sienta bien desde dentro.

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