ozempic obesidad

Semaglutidas para tratar la obesidad, ¿es todo tan bonito?

En los últimos años, medicamentos como Ozempic y Wegovy, basados en semaglutida, han ganado popularidad como tratamientos para la pérdida de peso y el control de la diabetes tipo 2. Su eficacia es indiscutible: muchas personas han logrado reducir significativamente su peso en pocas semanas, algo que para muchos parecía inalcanzable tras años de intentos frustrados con dietas y ejercicio. Sin embargo, esta aparente solución rápida viene acompañada de matices importantes que conviene tener en cuenta. Aunque los beneficios son reales, también lo son los riesgos, especialmente cuando se prolonga el uso o se abandona el tratamiento sin una estrategia clara.

Uno de los principales desafíos es el llamado “efecto rebote”. Al dejar de tomar el medicamento, muchas personas recuperan gran parte del peso perdido, incluso si mantienen ciertos hábitos saludables. Esto ocurre porque el fármaco actúa sobre el cerebro, regulando el apetito y la sensación de saciedad, y al retirarlo, el cuerpo tiende a volver a sus patrones anteriores.

Su uso prolongado está revelando complicaciones que antes no se habían identificado con claridad. La más preocupante es la aparición de casos de neuropatía óptica isquémica anterior no arterítica (NOIANA), una afección que interrumpe el flujo sanguíneo al nervio óptico y puede provocar pérdida súbita de visión, parcial o total, en cuestión de horas. Esta condición se ha convertido en la segunda causa más frecuente de ceguera irreversible en adultos, después del glaucoma, y aunque el riesgo se considera muy raro (afectando aproximadamente a 1 de cada 10.000 pacientes tratados), ha sido suficiente para que la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) exija que se incluya en los prospectos como efecto secundario grave.

Además de los riesgos oculares, también se han documentado otros efectos adversos relevantes. Entre los más frecuentes están las náuseas, vómitos, diarrea y dolor abdominal, que en algunos casos se prolongan durante semanas y afectan la calidad de vida. También se ha observado pérdida de masa muscular y ósea, lo que puede debilitar el cuerpo a largo plazo. En estudios recientes, se ha vinculado la semaglutida con casos de pancreatitis aguda, una inflamación grave del páncreas que puede requerir hospitalización y, en situaciones extremas, poner en riesgo la vida. Otros efectos menos conocidos pero igualmente inquietantes incluyen alteraciones en el estado de ánimo, disfunción eréctil, cambios en la visión y el fenómeno conocido como “Ozempic face”, que describe una flacidez facial marcada tras la pérdida rápida de peso.

Aunque los beneficios de estos medicamentos siguen siendo reconocidos por la comunidad médica (especialmente en el control glucémico y la reducción de riesgos cardiovasculares), los expertos insisten en que deben utilizarse con precaución, bajo estricta supervisión médica y con una evaluación constante de los posibles efectos secundarios. La recomendación general es que cualquier cambio súbito en la visión, dolor abdominal intenso o síntomas persistentes deben ser comunicados de inmediato al especialista. Porque, como ocurre con muchos tratamientos innovadores, lo que al principio parece una solución milagrosa puede revelar con el tiempo una cara más compleja y delicada.

A pesar de estos riesgos, muchas personas siguen optando por estos tratamientos, y no necesariamente por comodidad o desconocimiento. En realidad, detrás de esa elección suele haber una historia de lucha, de intentos fallidos, de presión social y de una necesidad profunda de recuperar el control sobre el cuerpo y la salud. Vivimos en una sociedad que exige resultados rápidos, que idealiza ciertos cuerpos y que muchas veces no ofrece el acompañamiento emocional ni médico necesario para abordar la obesidad como lo que realmente es: una condición compleja, influida por factores genéticos, hormonales, psicológicos y ambientales. Por eso, no es justo juzgar a quien decide recurrir a un medicamento como Ozempic. Lo importante es que esa decisión esté guiada por profesionales, que se entienda que el fármaco no es una solución definitiva, sino una herramienta que puede formar parte de un plan más amplio, más humano y más sostenible.

En definitiva, estos medicamentos pueden ser aliados valiosos, pero no milagrosos. La clave está en el equilibrio: en combinar su uso con cambios reales en el estilo de vida, en cuidar la salud mental, en moverse con cariño hacia una relación más amable con el cuerpo. Porque al final, perder peso no debería ser solo una meta estética, sino una oportunidad para ganar bienestar, energía y confianza.

Scroll al inicio